Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 6 – Número 10  
Depósito Legal ZU2019000058 - ISSN 2711-0494  
Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 6 - Número 10  
Enero – Junio 2024  
Maracaibo – Venezuela  
Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 6 – Número 10 – Enero/Junio 2024 - ISSN 2711-0494  
J. A. Morales Carrero// Educación en ciudadanía global. Un diálogo de voces sugerentes...191-224  
Educación en ciudadanía global. Un diálogo de voces sugerentes y  
emergentes sobre las posibilidades de convivencia humana en el  
futuro  
DOI: https://doi.org/10.38186/difcie.610.12  
Jesús Alfredo Morales Carrero *  
RESUMEN  
El compromiso con la coexistencia humana constituye uno de los propósitos subyacentes  
de los sistemas políticos y educativos a nivel mundial, pues de su consolidación efectiva  
se derivan posibilidades para sustanciar la transcendencia del género humano en  
condiciones dignas, armónicas y justas. Esta investigación como resultado de una revisión  
documental, tiene como objetivo construir un acercamiento teórico-conceptual y  
epistémico a la idea de educación en ciudadanía global, como el proceso de  
transformación social multidimensional que procura ampliar el sentido de apertura hacia la  
diversidad, la valoración crítica de los pluralismos y las cosmovisiones y el acogimiento  
pleno de las pertenencias socioculturales, como pilares fundamentales a partir de los  
cuales edificar una sociedad con mayor disposición hacia la inclusión, la tolerancia y el  
trato desde la reciprocidad. De allí, que se coloquen en diálogo una serie de voces  
sugerentes y emergentes, cuyo intencionalidad común gira en función de instar al sujeto a  
cultivar virtudes cívicas, públicas y personales que garanticen la cohesión humana con  
independencia de los individualismos, fundamentalismos e ideologías. Se concluye, que  
en momentos de crisis por convivencia la educación en ciudadanía global se erige como la  
alternativa para lograr la revitalización del tejido social y el resguardo de la dignidad  
humana.  
PALABRAS CLAVE: Virtudes públicas, reconocimiento social recíproco, tolerancia crítica-  
activa, coexistencia humana, valores universales.  
*
Politólogo y Docente de Psicología General y Orientación Educativa. Universidad de Los Andes,  
Venezuela. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8379-2482. E-mail: lectoescrituraula@gmail.com  
Recibido: 31/10/2023  
Aceptado: 13/12/2023  
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Education in Global Citizenship. A Dialogue of Suggestive and  
Emerging Voices on the Possibilities of Human Coexistence in the  
Future  
ABSTRACT  
The commitment to human coexistence constitutes one of the underlying purposes of  
political and educational systems worldwide, because from its effective consolidation,  
possibilities are derived to substantiate the transcendence of the human race in dignified,  
harmonious and fair conditions. This research, as a result of a documentary review, aims to  
build a theoretical-conceptual and epistemic approach to the idea of global citizenship  
education as the process of multidimensional social transformation that seeks to expand  
the sense of openness towards diversity, the critical assessment of pluralisms and  
worldviews and the full acceptance of sociocultural belongings, as fundamental pillars from  
which to build a society with a greater disposition towards inclusion, tolerance and  
treatment based on reciprocity. Hence, a series of suggestive and emerging voices are  
placed in dialogue, whose common intention revolves around urging the subject to cultivate  
civic, public and personal virtues that guarantee human cohesion regardless of  
individualism, fundamentalism and ideologies. It is concluded that in moments of crisis due  
to coexistence, education in global citizenship stands as the alternative to achieve the  
revitalization of the social fabric and the protection of human dignity.  
KEYWORDS: Public virtues, reciprocal social recognition, critical-active tolerance, human  
coexistence, universal values.  
Introducción  
La educación en ciudadanía global como desafío mundial al que se enfrenta el Estado  
y los organismos supranacionales en materia de formación para la vida, procura fortalecer  
la dimensión moral y el juicio ético de la humanidad en torno a la posibilidad de coexistir  
dignamente con otros seres humanos, a los cuales asumir desde el reconocimiento  
recíproco que procura permear del sentido de comunidad a las actitudes y los intereses  
personales, en un intento por superar el individualismo histórica y socialmente heredado;  
esto refiere al compromiso unánime de afrontar desde la corresponsabilidad y el respeto  
mutuo la construcción de condiciones en las que cada individuo se involucre activamente  
en la tarea de resguardar al otro, actuando con racionalidad y en pro del beneficio  
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colectivo que le haga proceder en correspondencia con los parámetros de la justicia social  
(Morín, 2015; Nussbaum, 2010).  
En este sentido, la coexistencia como individuos con pertenencia común al  
denominado género humano, se erige como condición a partir de la cual justificar el trato  
paritario en el que la diversidad y las particularidades propias de cada sujeto y agrupación  
son vistas desde una postura crítica, permitiendo que las múltiples maneras de ver el  
mundo alcancen a estrechar lazos de encuentro, puentes de reconciliación y la  
consolidación del pleno sentido de convivencia en la denominada aldea global, en la que  
tanto las posiciones contrapuestas como las divergencias son resueltas en el plano de una  
nueva solidaridad que redimensiona el compromiso humano y social de operar en función  
de principios universales que garanticen la convivencia democrática e inclusiva.  
Esto refiere a la superación consciente del individualismo para lo cual se considera  
imprescindible replantear la capacidad de coexistir en comunidad humana, proceso que  
por estar estrechamente ligado a la idea de ciudadanía procura unir lazos de respeto,  
tolerancia y fraternidad que redunden en actitudes de intercambio intergrupal e intragrupal,  
a partir de los cuales lograr la emergencia de posibilidades de entendimiento, de  
comprensión mutua y de acogimiento fraterno que, a su vez minimicen los efectos  
negativos producidos por los prejuicios socio-históricos, culturales e ideológicos. En otras  
palabras, la educación en ciudadanía global aunado a pretender el alcance de la plenitud  
humana también busca superar la crisis de valores mediante la promoción de principios  
universales en los que primen condiciones positivas de coexistencia humana.  
Según Sen (2021), alcanzar el encuentro humano como parte de la reconciliación  
global requiere de esfuerzos sinérgicos en torno la praxis de valores universales que  
redimensionen el proceder civilizado del mundo, permitiendo de este modo la  
manifestación plena de cosmovisiones y pertenencias que, como parte de la inclusión  
efectiva procuran crear lazos de afinidad y de comprensión profunda que hagan posible la  
coexistencia entre sujetos cuya adherencia a civilizaciones diferentes demanda la revisión  
de los elementos afines, comunes y semejantes en función de los cuales alcanzar el  
entendimiento que nos conmina a desplegar la capacidad para aceptar al otro desde la  
compromiso recíproco, la praxis del respeto activo y la solidaridad.  
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De allí, que la educación en ciudadanía global emerja como la posibilidad de colocar  
en diálogo simétrico y activo las distintas civilizaciones, con la intencionalidad de unificar lo  
fragmentado por prejuicios sociales, culturales e históricos a los cuales se le adjudica la  
imposibilidad de alcanzar la denominada comprensión inclusiva, que busca entre otros  
aspectos evitar confrontaciones mediante el desarrollo de convicciones comunes que  
ubiquen en el plano de la igualdad a sujetos con cosmovisiones diferentes. Esto supone, la  
transformación de la capacidad reflexiva para constituirse en agentes defensores de la  
diversidad (Morín, 2011), así como de los valores democráticos que procuran reivindicar  
las particularidades y su existencia superando “lo propio en el sentido de lo único, de lo  
que uno tiene y nadie más tiene, sino al contrario, buscar lo común con otros” (Savater,  
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000: 19).  
Al respecto Maalouf (1999), propone que la reivindicación de la vida en comunidad  
global, inicia con el reconocimiento de las identidades particulares, de los aspectos que  
nos hacen singulares y que nos diferencian, pero además, la superposición del diálogo  
que nos cohesiona a partir de la determinación de los rasgos que nos asemejan como  
sujetos portadores de un pasado que nos une en algún aspecto en función del cual  
estrechar nexos inclusivos y solidarios que nos acerquen al trato fraterno; para el autor,  
esto supone conducir a la humanidad a la profundización en los componentes socio-  
históricos y culturales, en las creencias y cosmovisiones con la intencionalidad de precisar  
posibles atisbos de semejanzas a partir de los cuales pautar acuerdos de entendimiento  
que enriquezcan la experiencia de vivir en comunidad.  
Por consiguiente, la educación en ciudadanía global debe asumirse como un proceso  
emergente sustentado en el coexistir democrático, el cual gira en torno a la “búsqueda y la  
satisfacción de necesidades e intereses comunes, para lo cual conviene, además de  
definirlos y nombrarlos, de establecer prioridades, construir un clima de colaboración y  
cooperación” (Camps, 1993). Esto refiere a la promoción de una vida virtuosa tanto  
individual como colectivamente, lo cual insta al cultivo de las cualidades básicas del sujeto  
que asumiendo la democracia como principio rector de la vida en sociedad potencie: el  
accionar en el marco de la tolerancia activa, el resguardo de la solidaridad como praxis  
cotidiana y un profundo sentido de la corresponsabilidad.  
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Según Olmedo (2018), la educación en ciudadanía global se asume como una  
oportunidad que procura a través de un proceso “dialógico, humanista, coparticipativo,  
ampliar un abanico de garantías que abra las posibilidades de una utopía generadora de  
nuevos valores dignificantes de una sociedad” (p. 84). Para el autor, esta nueva sociedad  
sugiere la configuración de una visión comprometida con la trascendencia hacia la  
concreción de la libertad plena “bajo el alero de la pluralidad y la diversidad cultural que  
caracteriza a toda sociedad” (p. 85).  
La posición de Nussbaum (2010), deja por sentada la necesidad de reformular los  
programas educativos, tomando como ejes referenciales y estratégicos para el alcance de  
la coexistencia humana en el futuro la promoción del juicio moral universal, el manejo de  
los derechos y garantías que le asisten al otro así como las obligaciones y deberes, que  
por estar contenidos en las convenciones que procuran el resguardo de la dignidad  
humana deben asumirse como tópicos que reiteren la igualdad entre quienes ocupamos el  
planeta, con independencia de los condicionamientos socio-históricos, ideológicos,  
culturales y raciales.  
Esta investigación como resultado de una revisión documental, tiene como objetivo  
construir un acercamiento teórico-conceptual y epistémico a la idea de educación en  
ciudadanía global, como el proceso de transformación social multidimensional que procura  
ampliar el sentido de apertura hacia la diversidad, la valoración crítica de los pluralismos,  
las cosmovisiones y el acogimiento pleno de las pertenencias socioculturales, como  
pilares fundamentales a partir de los cuales edificar una sociedad con mayor disposición  
hacia la inclusión, la tolerancia y el trato desde la reciprocidad.  
1. Educación en ciudadanía global. Un diálogo de voces sugerentes y emergentes  
sobre las posibilidades de convivencia humana en el futuro  
La construcción de un mundo vivible y tolerante como cometido transversal de los  
programas educativos globales y de las agendas en materia de convivencia e inclusión  
humana, plantean la necesidad de formar a un ciudadano con la disposición para  
manejarse dentro de cualquier contexto haciendo uso de su capacidad racional para  
comprender la diversidad como un rasgo inherente a la condición humana. Según propone  
Savater (2000), la coexistencia humana como valor universal involucra una serie de  
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actuaciones institucionales que van desde la promoción de la tolerancia recíproca hasta la  
búsqueda de una vida en la que el bien común se constituya como el horizonte al que  
aspiren todas las sociedades en su afán por darle trascendencia al género que la  
compone.  
Al respecto Maalouf (1999) reitera el compromiso con la coexistencia humana a partir  
del alcance de la comprensión profunda del otro, proceso que se entiende como un medio  
liberador que permite el acercamiento estrecho entre sujetos distanciados por los  
prejuicios, las posiciones intransigentes, la desconfianza y la hostilidad, factores que por  
sus implicaciones multidimensionales se asumen como responsables de vedar el sentido  
común y la racionalidad humana para asumir con sensibilidad y en reconocimiento de la  
valía que entraña la diversidad, los pluralismos y las cosmovisiones que permean el  
mundo, rasgos a los que tratados y convenciones internacionales precisan como parte del  
patrimonio común.  
Desde esta perspectiva la interacción con los pluralismos y la diversidad sociocultural,  
se dejan ver como requerimientos para alcanzar la denominada convivencia plena y digna,  
en la que el sentido humano y humanizador inherente a los procesos educativos se erigen  
como medios para impulsar la transformación de un sujeto cuyo compromiso con el otro le  
conmina a practicar valores universales que privilegien la capacidad para actuar en  
libertad, pensar por sí mismo, proceder con autonomía y manifestar su propia cosmovisión  
si limitación alguna. En estos términos, convivir sugiere de quien se forma en la actualidad  
el despliegue de su disposición y flexibilidad para aceptar la multiplicidad de formas como  
el mundo, la realidad y los vínculos humanos se entretejen en un intento por alcanzar  
mayores posibilidades adaptativas, inclusivas y tolerantes.  
En razón de estos cometidos, la educación en ciudadanía global emerge como un  
proceso unificador del género humano, que procura desdibujar las diferencias y reducir la  
indiferencia con la finalidad de lograr que el individuo alcance a habitar el planeta tierra  
con la convicción de resguardar la dignidad humana por encima de cualquier contradicción  
transmitida socio-histórica, cultural e ideológicamente de generación en generación.  
Desde esta perspectiva, la edificación de un mundo común supone un cambio significativo  
en la visión sobre el otro, sobre sus circunstancias y las razones que configuran su modo  
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particular de actuar, en un intento por lograr la denominada comprensión profunda que  
permita precisar alternativas para el entendimiento y la reconciliación (Morales, 2023).  
Según Savater (2000) en correspondencia con Morín (2015), proponen que la  
educación como proceso articulador de los vínculos humanos funcionales, requiere de la  
adjetivación “ciudadana” que le dé perpetuidad a valores comunes que redimensionen el  
vivir bien, superando las viejas posiciones ideológicas que han distanciado a individuos  
con un pasado común, al cual considerar como recurso necesario que justifique las  
posibilidades de alcanzar la recuperación del tejido social, para lo cual se considera  
imprescindible la adopción de dos cometidos fundamentales, a decir: por un lado, la  
corresponsabilidad en lo referente a la construcción de los cimientos de un clima tolerante,  
inclusivo y pacífico, y por el otro, el desarrollo de la convicción común sobre el elemento  
compartido que nos une: la pertenencia al género humano, condición que nos ubica en el  
plano de la semejanza e igualdad.  
Este énfasis en la coexistencia como principio rector de la vida en sociedad, involucra  
el compromiso con la superación de las diferencias que contraponen distanciando,  
destruyendo vínculos y eliminando toda capacidad de juicio; frente a lo cual el  
reforzamiento del sentido de apertura y flexibilidad se precisan como actitudes que  
impulsan en el sujeto la transformación plena que le permita convertirse en artífice de una  
reformulación tanto del pensamiento como del repertorio actitudinal para integrar al otro,  
asumiéndolo como un par al que le asiste el derecho, el trato ético y moral, así las  
convenciones sociales asociadas con el resguardo de la condición humana. En tal sentido,  
la educación en ciudadanía global procura la perfectibilidad mediante la reivindicación de  
la dignidad humana, la cual como principio tangencial de tratados y convenciones  
internacionales procura el desempeño de una vida fundada en el civismo, cometido que  
insta a estrechar lazos de cohabitación democrática en los que prime el ejercicio pleno de  
las libertades públicas tanto individuales como colectivas.  
En razón de lo expuesto, la educación en ciudadanía global como proceso  
esperanzador de un futuro inclusivo y solidario, pretende minimizar las actitudes  
destructivas que limitan el proceder en función de la libertad positiva y, en su lugar, edificar  
relaciones humanas simétricas que le permitan al individuo con pertenencias diferentes  
actuar dentro de la esfera de la vida pública sin ninguna coacción; esto supone, la  
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formación de un nuevo ciudadano con un elevado nivel de conciencia, con un profundo  
sentido de interdependencia y respetuoso de la vida en sus múltiples manifestaciones.  
Cualidades que se entienden como el resultado del compromiso con el trato dignificante  
recíproco que reconoce la libertad individual como elemento mediador del consenso, del  
establecimiento de acuerdos que instan al funcionamiento positivo que le da curso al  
accionar personal sin restricción alguna.  
Por consiguiente, se puede conceptualizar a la educación en ciudadanía global como  
el modo de alcanzar espacios de coincidencia, en los que el contrato social emerja como  
un elemento sustanciador de la vida en democracia, en la que cada sujeto logre ejercer su  
capacidad de agencia independientemente de las circunstancias; implícitamente esto  
refiere al respeto común por la autonomía del otro, principio que plantea como ideal dejar  
que el ser humano alcance la libertad auténtica dentro de los limites normativos generados  
por la sociedad para el alcance del desempeño de su supra-complejidad, de sus  
capacidades y virtudes.  
Este énfasis en el resguardo de las libertades fundamentales como eje articulador de  
una nueva sociedad permeada por la sensibilidad humana y la tolerancia crítica, inicia con  
la edificación de esferas de actuación en las que el sujeto auto-percibiéndose consciente y  
responsable de su compromiso con el resguardo del otro, despliegue actitudes colectivas  
que privilegien la autodeterminación, la participación dentro de los asuntos públicos, la  
toma de decisiones en razón del consenso y asumiendo como horizonte común el alcance  
de una posición reivindicativa profundamente adherida al cumplimiento de los principios  
que mayor beneficio aportan al bienestar de todos.  
Según Galtung (1998) este respeto por las libertades que le asisten a otro no es más  
que el resultado del esfuerzo común por comprender mejor la multidiversidad y los  
pluralismos que conforman el mundo, como el camino para lograr la consolidación de la  
convivencia en paz entre los seres humanos, las agrupaciones y las sociedades en  
general, a quienes colocar en diálogo empático de tal manera que se alcance el  
entendimiento recíproco como el único camino para otorgarle fuerza a los aspectos  
comunes que nos cohesionan como sujetos racionales. Esto como parte de los cometidos  
de la educción en ciudadanía global constituye un esfuerzo esperanzador que procura  
sustituir la exclusión y la discriminación por la satisfacción de requerimientos básicos como  
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la libertad para manifestar la propia cosmovisión, la expresión de las identidades y el  
relacionamiento en condiciones democráticas.  
En tal sentido, formar al sujeto para habitar en un mundo cada vez más hostil y sujeto  
a la intolerancia, implica reiterar el compromiso con el pluralismo y el respeto por las  
pertenencias particulares, como el requerimiento del que depende la transformación social  
plena, ideal al cual acceder mediante la concreción de los siguientes aspectos: la precisión  
de los factores socio-históricos, culturales e ideológicos que nos han distanciado, la  
rehabilitación y revitalización de los canales comunicativos entre agrupaciones y sujetos,  
la reconstrucción de lazos de encuentro y reconciliación, y finalmente, la reestructuración  
de la sociedad en función de parámetros universales.  
Esta búsqueda de la reconciliación humana precisa en la educación en ciudadanía  
global, la posibilidad para instar a los sujetos en formación a la adopción del compromiso  
moral con la promoción y participación activa en la construcción de espacios de paz, en  
los que la resolución de los conflictos se convierta en una alternativa para estrechar  
vínculos de reciprocidad que aporten a la recuperación e instauración del equilibrio social;  
esto implica como tarea de la enseñanza el redimensionamiento de la interacción humana  
y social, en razón de reglas mediadas por el reconocimiento y la tolerancia crítica como  
requerimientos para recrear nexos, motivar el espíritu de cambio y reforzar la idea del  
respeto por la diversidad.  
En otras palabras, se trata comprometer al sujeto con la necesidad de potenciar la  
cohesión social, recurso del que depende la concreción de esfuerzos positivos asociados  
con el alcance del funcionamiento socialmente equilibrado, en el que sus integrantes en  
uso de sus virtudes y su capacidad de agencia, consigan ejercer influencia sobre otros  
contextos hasta lograr una organización humana sólida, coherente con los valores  
universales y compatible con la cultura de paz que aunado a transformar los conflictos,  
también exige la comprensión profunda del otro mediante la ampliación de las  
posibilidades de encuentro que compatibilicen intereses. Según Savater (2000), la  
educación en ciudadanía global involucra cometidos importantes para la trascendencia  
humana, a decir: la participación paritaria, justa y equitativa en la consolidación de  
propósitos comunes, la creación de posibilidades reales para la coexistencia digna y la  
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gestión conjunta de acciones que refuercen la consolidación de un futuro permeado por la  
convivialidad.  
Lo dicho refiere a la formación de un ciudadano capaz de renunciar a sus a sus  
intereses individualistas y procurar un mundo en el que se reivindiquen las singularidades,  
las formas de vida particulares y el derecho a convivir en términos de manifestar  
plenamente sus identidades, como rasgos que más que generar división entre los seres  
humanos insta a la unidad en la diversidad, pues en modo alguno se pueden considerar  
como cualidades revestidas de una pureza absoluta, sino que, por el contrario son el  
resultado de la unión de aspectos que refieren a la existencia de semejanzas entre  
agrupaciones más que al carácter disímil. Esto obliga la referencia a la tarea de la  
educación en general, de tratar de instar al individuo a asumir el juicio moral y ético para  
estimar no solo puntos de coincidencia, sino de encuentro a partir de los cuales establecer  
acuerdos sucesivos que redunden en el manejo de la pluridiversidad de cosmovisiones.  
En función de lo expuesto, la educación en ciudadanía global procura hacer partícipe  
de la praxis activa del civismo a todos los individuos (Morales, 2023), con la finalidad de  
motivar el respeto por la libertad de quienes comparten su contexto de vida, pero además,  
de quienes fortuitamente se insertan en su espacio de coexistencia, entre otras razones  
por la disidencia política, persecución étnica y migración en la búsqueda de mejores  
oportunidades de vida que garanticen su supervivencia. De allí, que el juicio ético tome  
especial importancia en el proceso de aceptación de las diferencias socioculturales e  
ideológicas, por ser el responsable de propiciar no solo posibilidades funcionales de  
relacionamiento sino la emergencia de actitudes vinculadas con la inclusión social efectiva.  
Lo dicho tiene como fundamento la promoción del sentido del deber que en su  
vinculación con la reflexión moral procura reforzar la convicción sobre el trato justo,  
incluyente y equitativo que redimensionen las expectativas sobre el buen vivir en cualquier  
contexto del mundo, como un modo de alcanzar la conciliación que cohesione a la  
humanidad en torno al proyecto común denominado ciudadanía; esto refiere a la  
formación para el compromiso de asumir con flexibilidad las particularidades sociales y  
culturales, por tener su asidero en los derechos fundamentales que le asisten a todo  
individuo, entre los que se precisa: el goce de los mismos privilegios, la certeza de  
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resguardo y seguridad, la sensación de protección plena a la integridad humana, así como  
la libertad para pregonar sus propias cosmovisiones sin limitación alguna.  
En tal sentido, la educación en ciudadanía global tiene como fundamento la lucha por  
el reforzamiento de la convivencia democrática, para lo cual se considera imprescindible el  
fomento de la racionalidad colectiva que permita tanto la emergencia de la disposición  
para actuar moralmente, como la posibilidad de entender al otro en toda su complejidad,  
asumiendo sus posiciones particulares como rasgos que definen la diversidad humana.  
Este reconocimiento al pluralismo involucra la valoración de la complejidad que entraña la  
condición humana, la cual se ve matizada por una serie de aspectos asociados con las  
pertenencias socioculturales así como las singularidades ideológicas que han sido  
transmitidas de generación en generación, conformando de este modo el patrimonio  
pluridiverso humano.  
En estos términos la valoración crítica de las pertenencias humanas constituye un  
ejercicio fundamental a partir del cual alcanzar la comprensión profunda como  
requerimiento para estimar al otro como un sujeto único, diverso e irrepetible (Cortina,  
2
009; Delors, 2000; Morín y Delgado, 2017); al cual estimar con respeto y apertura de tal  
manera que se le garantice el resguardo de sus particularidades que, como parte de las  
garantías asociadas con el trato dignificante enmarcado dentro de los preceptos de la  
moral universal procuran elevar el compromiso humano en razón de proteger tanto la  
integridad personal y colectiva, como el cumplimiento de los cometidos de la justicia social  
inclusiva, pilares que revitalizan y le dan sustento a las posibilidades de coexistencia en el  
futuro.  
Según Markus (2021), la educación en ciudadanía global como proceso emergente,  
trae consigo la configuración de la denominada nueva solidaridad, derivada de la  
conciencia moral profunda que insta al individuo a superar la crisis por convivencia y, en  
su lugar, adoptar una posición tolerante y democrática capaz de aceptar la coexistencia  
del otro, del diferente sin ningún tipo de prejuicio ni condicionamiento. Esto supone, el  
desarrollo de una vida cotidiana fundada en la reciprocidad, la empatía y el altruismo como  
valores universales que procuran la recuperación del tejido social, el encuentro social  
funcional y la transformación humana positiva que motive la adherencia al bien común por  
encima de cualquier actitud individualista.  
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J. A. Morales Carrero// Educación en ciudadanía global. Un diálogo de voces sugerentes...191-224  
De este modo, la convivencia humana en el futuro sugiere el establecimiento de  
acuerdos morales que mejoren las condiciones de vida tornándolas no solo provechosas  
para todos, sino además, sostenibles a lo largo del tiempo; proceso que supone de los  
sistemas educativos la promoción de un pensamiento ético capaz de trascender la  
dimensión cognitiva en torno al manejo de determinados principios universales de los que  
depende el entendimiento pleno y la superación de las diferencias, hasta lograr el  
desarrollo de la convicción plena sobre la nuestra condición humana común, sobre lo que  
nos une más que distanciarnos, lo que nos acerca en una relación inextricable como  
sujetos cuya pertenencia al género humano constituye razón suficiente para alcanzar el  
respeto mutuo que nos cohesione como una familia.  
En otras palabras, el alcance de la coexistencia que dignifique la condición humana  
como propósito de la educación en ciudadanía global involucra la adopción de la visión y  
convicción sobre el bien común, sobre la recuperación de la confianza y el alcance de la  
cooperación profunda que revitalice el encuentro y la reconciliación que conduzcan a la  
superación de los efecto socio-históricos distanciadores, a los que se les adjudica la  
transgresión de las libertades individuales y de la autonomía personal valores de los que  
depende la realización humana plena. De allí, la importancia de promover actuaciones  
intencionadas y racionales que por su validez universal coadyuven en la tarea de  
garantizar la aceptación de las complejas diferencias culturales, sociales e ideológicas.  
Desde esta perspectiva, el alcance de una cohabitación en el que todos logren la  
manifestación de sus pertenencias y cosmovisiones, inicia con la formación para la vida  
fundada en el manejo de un pensamiento universal, a través del cual ampliar la  
comprensión de las particularidades humanas, los rasgos identitarios que singularizan a  
determinadas agrupaciones, las prácticas y costumbres, las posiciones frente al mundo,  
en un intento por estimar desde la valoración crítica el compromiso que conmina a quienes  
conforman el género humano a garantizar la existencia digna. En sentido amplio, esto  
refiere al mejoramiento de la condición moral de la sociedad como factor modelador de  
actitudes de reconocimiento fundado en la reflexión y en la capacidad crítica que permite  
precisar directrices de coexistencia transculturales que redimensionen la búsqueda del  
bien para todos.  
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En razón de lo expuesto Camps (1993) propone que la educación en ciudadanía  
global tiene también su fundamento en el compromiso con el afloramiento de las virtudes  
públicas, como actitudes cívicas que procuran el resguardo de la libertad propia y la del  
otro, lo cual debe entenderse como el accionar personal responsable y autónomo que  
reitera la obligación de garantizar un futuro prometedor para la humanidad, consistente en  
el operar consciente que involucra la disposición de gobernarse a sí mismo, de proceder  
con actitud tanto ética como democrática que garantice el trato justo entre todos, la  
inclusión social efectiva y el reconocimiento de la diversidad en todas las dimensiones de  
la complejidad humana.  
Visto lo anterior, reiterar la adherencia a la praxis de la justicia y la tolerancia tanto  
activa como crítica se entienden como valores sustanciadores de la vida comunitaria en el  
futuro, lo cual debe entenderse como el desarrollo de una sensibilidad especial que  
conmina a los seres humanos a prescindir de sus intereses individualistas y, en su lugar, a  
asumir una posición racional que se apegue no solo a la ética universal sino al resguardo  
de los derechos y deberes, a lo relativo al proceder civilizado que supere las diferencias y  
tienda puentes que nos ayuden en la tarea de vivir bien, de coexistir mejor y armonía.  
Esto implícitamente refiere al compromiso de educar para el ejercicio pleno de la  
democracia, en el que el compromiso por el accionar social se encuentre mediado por el  
apego a los derechos fundamentales, pero además, por un profundo sentido de la justicia  
y el trato fraternal entre los seres humanos, virtudes que por sus implicaciones se asumen  
como cimientos a partir de los cuales reconstruir el tejido social, de recuperar el verdadero  
sentido de la existencia y fortalecer virtudes encausadas hacia el “hacer más justa y más  
digna la vida” (Camps, 1993). Seguidamente, la autora indica que alcanzar estos valores  
universales como cometidos de todos los tiempos, requiere esfuerzos sinérgicos en torno  
a la supresión del individualismo, de los modos cerrados de pensamiento y de los  
egocentrismos.  
Frente a estos lastres socio-históricos la construcción de lazos de encuentro entre  
agrupaciones disímiles en lo que a cosmovisiones y rasgos identitarios refiere, no es más  
que un intento estratégico de alcanzar la conciliación entre posiciones contrapuestas,  
proceso que implica la puesta en diálogo y la escucha activa que redimensione la  
responsabilidad de todos en torno al manejo de la paz como valor a partir del cual resolver  
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situaciones conflictivas, gestionar divergencias y establecer acuerdos que refuercen la  
necesidad de coexistir en armonía, a través de la denominada compatibilización de  
intereses que fortalezcan en cada sujeto la sensación real de inclusión, de involucramiento  
efectivo y de participación social positiva.  
Desde esta perspectiva, la educación en ciudadanía global se vale de la cultura de  
paz para potenciar las relaciones entre sujetos con pertenencias diversas, a quienes instar  
a la resignificación de sus propias posiciones, a la precisión de comportamientos nocivos y  
la sustitución de actitudes negativas por el ejercicio del proceder civilizado que combate la  
discriminación y motiva el sentido empático que aporta a la reivindicación de la dignidad  
humana, la lucha por el trato igualitario y la edificación de condiciones oportunas para la  
coexistencia en comunidad. Implícitamente esto refiere a la praxis de una vida abierta al  
reconocimiento, comprometida con el bienestar del otro y dispuesta a atender los  
requerimientos que conminan al respeto mutuo como valor ampliamente reconocido.  
Según Markus (2021), la búsqueda de la reivindicación humana a través del realce de  
los valores universales y de los derechos fundamentales que le asisten a todo individuo  
independientemente de su pertenencia, ubica a la educación en ciudadanía global como  
un proceso de transformación integral y multidimensional, que estima la necesidad de  
estrechar lazos de encuentro conscientes e incluyentes, que mediados por el diálogo  
edificante amplíe las oportunidades para emprender el ejercicio del proceder en razón del  
juicio moral que nos intima a reconocer posiciones, así como “las razones que podemos  
compartir con otros, en las que subyacen elementos comunes que nos unen y que son el  
fundamento de una vida comunitaria exitosa” (p. 31).  
Lo dicho implica instar a la ciudadanía a asumir su capacidad de agencia que los  
convierta en garantes del proceder racional que procura impactar en la organización de un  
nuevo modo de coexistir mediado por el ejercicio pleno de las libertades individuales (Sen,  
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021), como elementos catalizadores de un clima democrático plural que ayude en la  
tarea de superar los fundamentalismos y suprimir los individualismos, superponiendo para  
ello la visibilización del otro (Maalouf, 1999), el resurgir de las identidades propias como un  
aspecto que reivindica la existencia pero además, le permite a quien goza de una  
pertenencia diferente garantizar su aceptación como persona dentro de cualquier contexto  
en condiciones de respeto, seguridad y tolerancia recíproca.  
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En razón de lo expuesto la educación en ciudadanía global busca profundizar en la  
convicción tanto individual como social sobre varios aspectos importantes para la  
convivencia plena y funcional, a decir la valoración crítica de la “trayectoria de hombre libre,  
las convicciones que ha ido adquiriendo, sus preferencias, su sensibilidad personal, sus  
afinidades, su vida en suma” (Maalouf, 1999: 4). Esto refiere al reconocimiento de todas  
las dimensiones que conforman la supra-complejidad humana, en un intento por alcanzar  
el reivindicar holístico de los discriminados y excluidos por motivos sociales, culturales e  
ideológicos.  
En razón de lo expuesto Maalouf (1999), propone la necesidad de instar al género  
humano en cada parte del mundo a asumir como misión recíproca la disposición plena  
para dialogar empáticamente en un intento por superar las actitudes xenófobas y fanáticas;  
para ello se considera imprescindible darle sentido operativo a la educación en ciudadanía  
global, es decir procurar que las fracturas inter e intragrupales sean resueltas en el plano  
del entendimiento que conduzcan a “tejer lazos de unión, disipar malentendidos, hacer  
entrar en razón a unos, moderar a otros, allanar, reconciliar…su vocación es de ser enlace,  
puente, mediadores entre las diversas comunidades y las diversas culturas” (p. 6).  
Lograr tales cometidos sugiere según Camps (1999), un ejercicio que implica conducir  
a quien se forma hacia la apropiación de ideales universales, de valores que aglutinen la  
lucha por la dignificación en su sentido amplio, es decir, en lo que respecta a la convicción  
de reconocer al otro desde la interdependencia y la complementariedad como  
requerimientos para entretejer lazos funcionalmente sólidos que unifiquen esfuerzos en  
torno a la construcción de un mundo esperanzador, en el que prime el trato justo,  
bondadoso, en el que cada quien viva para el ejercicio del bien común como valor desde  
el que es posible la transformación efectiva y trascendental de la humanidad.  
Para Camps (1999) al igual que para Cortina (2013), la edificación de los cimientos de  
una vida funcionalmente solidaria y tolerante, sugiere cambios medulares en la condición  
humana, es decir, el trabajo no solo sobre el hacer sino sobre el ser como esencia, en la  
cual cultivar virtudes públicas que reiteren el compromiso constante por erradicar el  
individualismo hasta lograr la emergencia de valores trascendentales que abran la brecha  
hacia estilos de vida mediados por el comunitarismo y la cooperación mutua que permitan  
mirar al otro desde la fraternidad, desde el sentido paritario, equitativo y dignificante.  
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Trabajar en torno a la formación ética como parte de la educación en ciudadanía  
global, involucra aprender a gestionar los deseos (Camps, 1993; Olmedo, 2018), a sustituir  
intereses personales por colectivos, a suprimir las apetencias y ansias de dominación e  
imposición por la perpetuación del juicio moral que aporta calidez a la vida en comunidad,  
estrecha lazos de confianza y otorga seguridad a quienes comparten determinado  
contexto de vida sin gozar de las mismas pertenencias. De allí, el énfasis en la  
construcción de una sociedad dispuesta a abandonar el individualismo y a procurar desde  
la convicción plena la integración e inclusión del diferente, del diverso sin ningún  
condicionamiento más que el imperativo categórico de resguardar mutuamente la dignidad  
del otro.  
En respuesta a estos requerimientos, la educación en ciudadanía global reitera el  
compromiso con la protección obligatoria de  
la dignidad de la persona por encima de cualquier consideración…este  
reconocimiento de la dignidad de cada cual, independientemente de lo que  
sea o haga en la vida, el reconocimiento como ser autónomo, con capacidad  
de decidir y de tener las mismas oportunidades que cualquier otro, es sin  
duda, un valor irrenunciable (Camps, 1999: 64).  
Este énfasis en la superación de las desigualdades y las discriminaciones en sus  
diversas manifestaciones, entraña el compromiso con la búsqueda de la felicidad plena  
como parte de la construcción de una vida virtuosa, una vida buena y funcional, en la que  
el ser humano alcance el desempeño fluido de su potencial; en Cortina (2013), estos  
cometidos se asocian con la praxis de la democracia como modus vivendi, en el que la  
coexistencia con el otro se convierta en una posibilidad para interactuar, relacionarnos y  
dialogar dentro del marco de la libertad que conduzca a respetarnos mutuamente.  
Esta convicción sobre el bien común involucra pensar en lo desafíos que el futuro  
plantea, es decir, la búsqueda de una rectificación permanente sobre los problemas socio-  
históricos, en un intento por alcanzar la coexistencia plena en la que cada sujeto  
desplegando su capacidad de agencia se involucre en los asuntos de todos, en el  
abordaje de los problemas desde un enfoque compartido y corresponsable, hasta lograr  
redimensionar la capacidad para concretar compromisos que amplíen las oportunidades  
de bienestar y calidad de vida colectiva. Esta sensibilidad especial se entiende como el  
resultado de un esfuerzo continuo (Olmedo, 2018), que supone implicarse en la vida de los  
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demás desde la vocación colectiva y del vínculo interhumano que cohesiona sólidamente  
la existencia en términos de cooperación mutua enriquecedora.  
En estos términos la educación en ciudadanía global procura instar al individuo en  
formación a insertarse en un mundo intercultural y multicultural como dimensiones  
necesarias para la sustanciación de proyectos colectivos que mediados por el sentido de  
comunidad y participación en los asuntos públicos permitan la concreción de los procesos  
inclusivos que le aporten en igualdad de condiciones mayores posibilidades para el vivir  
bien. Este compromiso con la transformación humana exige la formación de una nueva  
sociedad, desde la cual impulsar “un ideal de ser humano capaz, inteligente, creativo,  
solidario, justo y equitativo. Un ideal de ser humano cultivado en los valores del respeto y  
tolerancia” (Olmedo, 2018: 82).  
Por su parte Morín (1999), propone que articular nexos humanos saludables y  
funcionalmente éticos inicia con la promoción de la convicción en torno a que, como seres  
humanos diversos respondemos a parte de un todo interdependiente e interrelacionado,  
condiciones que nos conminan a estrechar posibilidades de encuentro que nos movilicen  
hacia la fundamentación de una coexistencia inclusiva, capaz de superponer la  
racionalidad como antídoto para redimensionar la solidaridad, lo cual implica  
responsabilizarse por el bienestar del otro en tanto ser humano a quien resguardar por su  
posición de conciudadano.  
Lo planteado refiere a su vez a una nueva concepción de ciudadanía que supone el  
proceder recíproco de todos en torno a propósitos comunes, entre los que se mencionan  
el avocamiento sinérgico hacia la restauración de las relaciones entre los seres humanos  
como parte medular de la recuperación del tejido social (Arango, 2007), que procura el uso  
del diálogo como medio para alcanzar acuerdos de tolerancia activa y solidaridad plena  
(Camps, 2000; Savater, 2012), en la que alcancen su consolidación las libertades  
individuales (Sen, 2021) así como el ejercicio de los derecho fundamentales como parte  
del compromiso con el respeto de la dignidad del ser humano.  
Visto lo anterior, la educación en ciudadanía global ratifica su disposición en formar  
para la vida en sociedad a través del alcance del denominado reconocimiento de los  
derechos humanos fundamentales, como medios para superar la discriminación, la  
exclusión histórica y la intolerancia que permea unos espacios del mundo más que otros,  
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lo cual, se considera el foco tangencial para ejercer acciones de sensibilización que  
coadyuven con la superposición del verdadero sentido de la corresponsabilidad con el  
resguardo de la valía de las personas, como mecanismo desde el que es posible alcanzar  
el establecimiento de una vida mediada por la equidad, la justicia y la democracia, que  
garantice la configuración de condiciones óptimas para la consolidación del desarrollo  
humano sustentable e integral.  
Desde esta perspectiva, es posible precisar el énfasis en la lucha por la denominada  
libre determinación de los pueblos, que insta a sujetos y organismos a reconocer las  
formas particulares de estructuración y organización de las agrupaciones y minorías  
socioculturales, instando al respeto que aunado a conducir hacia el bien común también  
invita al respeto mutuo por los pluralismos y las pertenencias multidiversas que, como  
rasgos que permean a la humanidad deben ser igualmente incluidos y reconocidos como  
sujetos de derecho. En este sentido, toma especial importancia la necesidad de reforzar la  
común condición que nos une, la pertenencia al género humano, a la que se entiende  
como imperativo categórico a partir del cual exigir el trato tolerante y la disposición  
armónica para coexistir como parte de la gran familia humana que conforma el planeta.  
De allí, que se le adjudique a la educación en ciudadanía global la posibilidad de  
estrechar lazos inclusivos que, como mecanismos garantes de una vida fundada en el  
espíritu crítico, le ayude al sujeto que se forma a ampliar su mirada sobre el otro, sobre el  
diferente, sobre el diverso, precisando en sus referentes socio-históricos, culturales e  
ideológicos, aspectos que justificados a través de la racionalización y el juicio moral  
garanticen el establecimiento de acuerdos de unidad, de espacios para el encuentro  
consensuado, para estrechar lazos de hermandad que conduzcan a la transcendencia de  
una cohabitación dignificante, abierta a la negociación, al uso de la mediación permanente  
como recursos para darle sustento y sentido a la idea de comunidad global.  
En estos términos se precisa la concreción de dimensiones específicas para el  
impulso de la vida en la sociedad del futuro, entre las que se mencionan la formación de  
un sujeto con mayor apertura y flexibilidad para estimar las particularidades propias de  
cada agrupación humana, la disposición para reconocer como eje de la coexistencia  
democrática el ejercicio pleno de la libertades individuales y colectivas y, la superposición  
del bien común como el valor universal del que depende el decline de los intereses propios  
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de quien pregona el individualismo y, en su lugar adoptar propósitos globales relacionados  
con lo que mayor beneficio aporta para todos, con lo que redimensiona la calidad de vida y  
satisface requerimientos asociados con eliminación de las factores que amenazan con el  
logro de la cohesión humana.  
Para Cortina (2013), la educación en ciudadanía global procura la recuperación de los  
valores morales que permiten formar ciudadanos comprometidos con la vida en sociedad,  
con el quehacer colectivo, con la gestión de las necesidades que aportan a la resolución  
de los problemas que aquejan y que invocan la participación sinérgica que redunde en  
mejores condiciones de vida; para la autora, es la praxis de la justicia y la igualdad la  
forma como se impulsan inclusivamente los proyectos comunes del vivir en armonía, en  
democracia y solidaridad con los más vulnerables, en quienes redimensionar la confianza  
en un mundo mejor que reivindique su existencia.  
Como consecuencia, formar ciudadanos comprometidos y conscientes parte de una  
educación enfocada en privilegiar el afloramiento de virtudes públicas y personales, el  
cultivo de hábitos positivos y el énfasis en la obligación moral de combatir la vulnerabilidad  
de que permea a determinadas agrupaciones sometiéndolas a situaciones degradantes,  
vejatorias (Loys, 2019); frente a este desafío, la educación en ciudadanía global aporta al  
desarrollo de la disposición sensible para transitar hacia un mundo más humano, en el que  
el cuidado de mutuo fundado en la conciencia crítica conduzca a la ampliación de  
posibilidades que garanticen la trascendencia del género humano hacia un estado de  
plenitud, de autorrealización individual (Rey, 2021).  
Para ello, se considera imprescindible el transitar hacia la construcción de un sujeto  
enmarcado dentro de los parámetros del homo reciprocans, como el estado ideal de  
funcionamiento humano que superpone el carácter cooperativo, la ayuda mutua y la  
adaptación a convivir con el otro, como actitudes que mitiguen los efectos del  
individualismo, las posiciones egoístas y egocéntricas; hasta consolidar modos de  
proceder que privilegien las libertades básicas como medios para entretejer lazos de la  
denominada comunidad global, contexto en el cual “reconocer y estimar al Otro por su  
condición humana” (Cortina, 2013: 116).  
Un referente fundamental para la educación en ciudadanía global se precisa en Sen  
(2010), quien reitera el compromiso de este proceso con la promoción de la democracia,  
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con el vivir en condiciones dialógicas, en discusiones permanentes sobre cómo mejorar  
las formas de vida, cómo dignificar la existencia a lo largo del ciclo vital mediante la praxis  
sinérgica de la justicia y la libertad, valores desde los cuales es posible darle viabilidad al  
proyecto común de la humanidad: la reivindicación de su existencia. Esto refiere al avance  
hacia la justicia social plena que conduzca a cambios trascendentales que perfeccionen al  
ser humano, a la sociedad en general, insertándolo en el compromiso de articular  
esfuerzos que se ajusten a los cometidos de instituciones universales como la defensa de  
los derechos humanos.  
En Sen (2010), se precisan como parte de la formación de un nuevo ciudadano, al  
menos tres elementos fundamentales, a decir: la razón pública, valor que compromete al  
individuo con el fortalecimiento de actitudes colectivas, corresponsables con la existencia  
del otro, con sus necesidades y requerimientos individuales, privilegiando el  
desenvolvimiento pleno de sus vidas así como el ejercicio pleno de las libertades  
personales, como aspectos que por sus implicaciones en la vida colectiva y global  
redundan en la democratización de los vínculos humanos; la compatibilización de los  
intereses individuales con los colectivos, instando al sujeto a superar irracionalidades y  
optar por posiciones tanto empáticas como fraternas. Finalmente, la búsqueda de la  
justicia como bien universal a través del cual vigorizar el compromiso inclusivo con las  
diversas pertenencias, cosmovisiones y particularidades que permean a la humanidad.  
Esto puede interpretarse como la lucha contra las interferencias socio-históricas e  
ideológicas que procuran restringir la libertad individual, el alcance de la felicidad y la  
actuación dirigida por la voluntad consciente de responder a los propósitos globales que  
redundan en beneficio de cada persona entre los que se precisan: la sensación de  
seguridad, la convivencia armónica, funcional y saludable así como el resguardo de la  
integridad moral, como aspectos necesarios para impulsar el éxito personal. En respuesta  
a esos cometidos, la educación en ciudadanía global plantea mantener viva la esperanza  
de una coexistencia fraterna, en la que la interacción se encuentre mediada por el trato  
fraterno, el cultivo de virtudes públicas como la amistad, la entrega con apertura y  
flexibilidad hacia el otro y la solidaridad que sustancie la construcción de vínculos  
permeados por la trascendencia.  
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Volumen 6 – Número 10 – Enero/Junio 2024 - ISSN 2711-0494  
J. A. Morales Carrero// Educación en ciudadanía global. Un diálogo de voces sugerentes...191-224  
En función de lo expuesto, la educación en ciudadanía global se entiende como un  
proceso que pretende nutrir tanto el espíritu grupal y colectivo como la buena vida,  
requerimientos sine qua non para reconstruir un modelo de sociedad fundada en la justicia  
social, la cual involucra la adopción de actitudes y comportamientos enfocados en dirigir la  
personalidad hacia fines colectivos; disposición que solo puede alcanzase mediante la  
capacidad crítica para redimensionar la valoración inclusiva que le permita al ser humano  
estimar al otro en toda su complejidad, posibilitando de este modo la emergencia de  
nuevos modos de vivir sustentados en la coexistencia justa, solidaria, libre, valores  
universales que como ejes de un programa global le permiten al individuo suscribir y  
practicar como parte de su repertorio actitudinal el reconocimiento recíproco.  
En estos términos, esta apertura hacia el otro pero también hacia la diversidad social,  
cultural y los pluralismos ideológicos que le son inherentes, procura instar a quien se  
forma hacia la jerarquización de los principios de los que depende la convivencia funcional,  
superponiendo la inclusión efectiva y la participación paritaria que redunda en aunado a  
erradicar el individualismo y los fundamentalismos, permitan la consolidación de una  
nueva autonomía personal en la que el diálogo fraternal y el aceptación de las libertades  
individuales favorezcan la emergencia de un compromiso pleno con la edificación de los  
cimientos de una sociedad sustentada tanto en la justicia como en el orden (Morín y  
Delgado, 2017; Sarramona, 2007). De allí, que se entienda a la educación en ciudadanía  
global como la fuerza movilizadora de voluntades hacia la transformación de la sociedad  
teniendo como horizonte común la consolidación de valores universales directamente  
vinculados con el desempeño humano funcional, a decir la manifestación de “el pluralismo,  
la autonomía y la tolerancia” (Camps, 1993: 111).  
Más adelante Camps (1999), reitera el compromiso institucional con la formación del  
ciudadano del futuro, en quien desarrollar la convicción plena sobre la actuación en torno a  
la adaptación social a lo largo del ciclo vital, lo cual refiere a la ampliación del repertorio  
actitudinal fundado tanto en la ética como en la moral que además de reforzar el proceder  
democrático también eleven las condiciones para la emergencia de nuevas virtudes  
públicas y personales, en las que prevalezca la enseñanza de normas globales de  
convivencia, de diálogo crítico-valorativo y de actuación social, como requerimientos que  
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al mediar en los vínculos humanos reposicionen la idea de vivir bien en compañía de los  
demás.  
Este convivir en democracia plantea tomando como referente a Bobbio (2023), un  
cambio significativo en el pensamiento humano, capaz de conducir al individuo hacia la  
transformación en un ser racional dispuesto a coexistir en un diálogo constante con la  
multiplicidad de ideologías, con estilos y modos de vida, lo cual demanda la potenciación  
de la dimensión axiológica como punto de partida para motivar la reflexión sobre los  
problemas comunes, sobre las controversias históricas y las discrepancias que generación  
tras generación han ampliado la brecha del distanciamiento, la discriminación y la  
exclusión a todo nivel, ocasionando que valores universales como la solidaridad, el  
accionar democrático, el respeto a los derechos humanos fundamentales y la paz positiva,  
no logren su consolidación plena.  
En razón de lo planteado, la educación en ciudadanía global supone la inserción del  
individuo en el reconocimiento de la importancia de convivir con otros desde la actitud  
positiva, desde el compromiso con la aceptación y desde la proactividad que nos conmina  
a enfrentar corresponsablemente los conflictos, con la intencionalidad de colocar en el  
plano del diálogo asertivo, del consenso y la negociación la precisión de soluciones  
comunes, pero además, la construcción de normas que reconocidas y validadas por todos  
aporten a la gestión de los nexos humanos, a la inclusión en términos inclusivos que  
valoren las diferencias y particularidades desde la actitud respetuosa de estimar al otro, en  
el marco de principios éticos que sustentados en los derechos fundamentales le otorguen  
trascendencia a la convivencia fundada en la estimación de la premisa: alcanzar la  
convivencia con la diversidad y el diálogo con las cosmovisiones que nos singularizan.  
Según Nussbaum (2010), la educación en ciudadanía global no solo debe entenderse  
como un nuevo proceso de transformación humana multidimensional, sino como el modo  
de impulsar la consolidación de una democracia más humana, más participativa y sensible  
a la diversidad; lo cual debe asumirse como un cambio de aptitud y actitud para reconocer  
a las múltiples pertenencias como cualidades cuyo asidero se encuentra en el respeto a  
los derechos humanos universales, dispositivos que aunado a redimensionar el juicio  
crítico también procuran el equilibrio social que, fundado en el respeto mutuo y en la  
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solidaridad activa posibiliten la construcción sólida de una sociedad tanto libre como  
democrática.  
En este sentido, la lucha interna por la libertad como base de una vida plena que  
procure la autorrealización y el desarrollo humano integral, se entienden como propósitos  
tangenciales de la coexistencia en el futuro, que conmina a la formación de sentimientos  
comprensivos comunes que procuren adherir a cada persona a la tarea de satisfacer  
requerimientos colectivos, mediante el despliegue del interés genuino de procurar el  
bienestar del otro como parte del denominado derecho a vivir que involucra generar las  
condiciones, los medios y recursos para operativizar oportunidades que nos ayuden a  
funcionar mejor, a alcanzar el cumplimiento de metas propias no solo de la dimensión  
individual sino en el plano colectivo.  
Este disposición y compromiso hacia el otro se entiende como el resultado de la  
solidaridad interna que moviliza la voluntad humana hacia fines más empáticos, altruistas  
y asociados con la confianza en el potencial que permea a todo sujeto, que junto a  
particularizarlo conduce a reconocerlo en lo complejo de su individualidad; en estos  
términos la educación en ciudadanía global procura redimensionar el juicio moral que,  
como responsable de la emergencia de actitudes inclusivas procura transmitir la  
convicción de igualdad e interdependencia, de complementariedad e integración del otro  
en la condición de par, no solo por compartir derechos y obligaciones sino la cualidad más  
importante: la pertenencia al género humano.  
Como consecuencia, se procura el trato dignificante que reduzca los efectos  
deshumanizantes de la exclusión, la discriminación y la intolerancia que han deteriorado  
los vínculos sociales, sometiendo a individuos y grupos socioculturales a vejaciones que  
han agudizado la desconfianza y el distanciamiento, factores de riesgo sobre los que el  
proceder del Estado y las instituciones educativas deben enfocar esfuerzos sinérgicos que  
aporten a la cohesión social como condición necesaria para garantizar la supervivencia  
humana en el futuro. Frente a este desafío mundial, fomentar la responsabilidad individual  
y colectiva así como el interés genuino sobre la comprensión, acogimiento y reguardo del  
otro constituyen mecanismos para superar los estereotipos, las controversias y la  
tendencia a inferiorizar otros modos de vida.  
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A partir de lo expuesto, la educación en ciudadanía global en su quehacer axiológico  
pretende reposicionar la necesidad común de practicar la reciprocidad, la cooperación y el  
encuentro solidario, como valores universales a partir de los cuales definir criterios que  
permitan no solo el alcance de la libertad positiva y verdadera, sino la adopción de estilos  
de vida fundados en acuerdos mutuos, en normas mediadas por el consenso, el diálogo  
crítico, el pensamiento reflexivo y la mediación sustentada en la justicia social, como  
actitudes que den lugar a la concreción de una convivencia transversalizada por la  
aceptación del pluralismo, de las cosmovisiones diversas y de las pertenencias múltiples,  
las cuales al ser colocadas en interacción permiten la superación de las resistencias.  
Según Cortina (2001), este modus vivendi procura edificar los cimientos de una nueva  
comunidad global, en la que todos los seres humanos alcancen a ejercer su capacidad de  
agencia dentro de un marco normativo tanto amplio como universal, en el que todos en  
conocimiento propio de sus propias pertenencias y las del otro, logren precisar  
posibilidades de encuentro y reconciliación que permitan configurar la denominada  
adaptación a una nueva pertenencia que involucra el respeto por las cosmovisiones  
pluridiversas que permean a la humanidad y, frente a las cuales se hace perentoria la  
participación conjunta en torno a la paz positiva, duradera y trascendental que le confiera a  
cada sujeto el fundamento racional-crítico para propiciar intercambios que rebasen los  
prejuicios y, preparen al sujeto que se forma para manejar las diferencias con actitud  
tolerante, imparcial y flexible, como elementos que dan lugar a la apertura a lo universal, a  
lo diverso.  
Desde la perspectiva de Camps y Giner (2014), la educación en ciudadanía global se  
vale de la promoción del civismo activo como eje articulador de actitudes asociadas con el  
convivir y el vivir bien, que le permita al ser humano en uso de su conciencia moral  
desplegar “una enorme cantidad de esfuerzos, cada día de nuestras vidas, en un intento  
por superar conflictos, armonizar voluntades, alcanzar acuerdos, hacer concesiones,  
supeditar los intereses personales a los colectivos y evitar las imposiciones”(p. 16). Este  
proceder refiere a la disposición plena adoptar con sensible observancia las reglas de  
relacionamiento positivo así como de civismo que hagan alcanzable la convivencia tanto  
pacífica como solidaria; esta interacción de voluntades en torno a un fin común se  
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entiende como la actitud abierta para gobernar su propio proceder en razón de la  
dominada cultura pública de la coexistencia dignificante.  
Estos cometidos alcanzan su consolidación mediante el desarrollo de la conciencia  
individual que reitere el compromiso personal y la corresponsabilidad colectiva con  
alcance de un elevado nivel de civilización que expanda la sensibilidad humana, cualidad  
que propone la concreción del proyecto común de la sociedad: la trascendencia de la vida  
en condiciones justas; para lo cual, se considera imprescindible el reconocimiento de las  
libertades individuales y el sentido de la responsabilidad de cada sujeto hacia el alcance  
de la verdadera vocación planetaria (Morín, 2015; Naranjo, 2013), a la que se le adjudica  
la sustanciación del potencial amoroso, fraterno y solidario entre humanos con  
pertenencias diversas, requerimiento que coadyuva a robustecer la comprensión empática  
que nos cohesione y haga operar en función de un espíritu común cuya unanimidad gire  
en torno al cuidado recíproco (Moríny Viveret, 2011; Savater, 2012).  
En suma, la educación en ciudadanía como alternativa esperanzadora involucra  
compromisos éticos y morales con el reconocimiento de la diversidad social y personal  
como condición que permea a la humanidad; esto supone la disposición plena para asumir  
desde la valoración crítica tanto la capacidad de agencia del otro, como la libertad positiva  
que le asiste y, que además le insta a practicar una coexistencia mediada por la justicia  
social inclusiva a la que se asume como valor universal del que depende la transformación  
de los vínculos humanos como el vehículo para alcanzar mayores posibilidades de  
entendimiento intra e intergrupal, hasta lograr la verdadera cohesión e integración humana  
que le otorguen sentido a las relaciones tanto en el presente como en el futuro.  
2. Valores universales ¿Una esperanza para la vida en comunidad global?  
La edificación de los cimientos de un mundo civilizado requiere del accionar educativo  
en torno a la integración de conocimientos que redimensionen la capacidad racional del  
sujeto, pero además, aporten a la adopción de actitudes que redunden en el quehacer  
ético que nos haga más sensibles, más humanos y solidarios unos con otros. Para Camps  
(2000), la búsqueda de un camino común que nos unifique como una familia entretejida  
por la diversidad de cosmovisiones, sugiere la vuelta a la enseñanza de valores  
universales que nos insten a procurar el bienestar de todos, entre los que se precisa “la  
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libertad, la vida y la paz, que nos obligan a ser más justos, más solidarios, más tolerantes  
y más responsables” (p. 19).  
Según Cortina (1993), la vida futura por sus controversias y la proliferación de la  
violencia a nivel mundial, sugiere una reformulación significativa de los cometidos de la  
educación, virando su accionar hacia el reforzamiento de la convivencia, del vivir bien con  
los demás en el marco del respeto y la solidaridad crítica. Estos valores universales se  
entienden como la oportunidad esperanzadora de reconocer la autonomía personal y la  
libertad individual por encima de los condicionamientos humanos que han conducido a la  
humanidad al distanciamiento destructivo, a la discriminación histórica que excluye  
desdibujando todo rasgo de dignificación de la existencia.  
En estos términos, enfrentar la hostilidad derivada de los fundamentalismos, de las  
ideológicas y los extremismos supone reiterar la vocación universal que conmina a la  
humanidad a la praxis de principios nobles y loables, entre los que se mencionan: la  
justicia, la equidad, el proceder democrático y tolerante, el reconocimiento de los pueblos  
a su libre determinación, la praxis de la interdependencia que procure el comunitarismo.  
Desde la perspectiva de Maalouf (1999), enfrentar este sistema perverso debe sustentar  
sus actuaciones dentro del marco de la educación en ciudadanía global en torno a la  
superación de las profundas divisiones, que inician con la “reducción de las desigualdades,  
las injusticias, las tensiones raciales, étnicas, religiosa o de otro tipo, el único objetivo  
razonable, el único objetivo honorable, es que cada ciudadano sea tratado como un  
ciudadano con pleno derecho, cualquiera que sea sus pertenencias” (p. 88).  
Para Camps (2000), ampliar la viabilidad de la coexistencia en sociedad plantea no  
solo la formación axiológica de un nuevo ciudadano comprometido con los principios  
éticos, sino con el desarrollo de un carácter abierto así como con la disposición para hacer  
uso de la comunicación en términos simétricos y el diálogo activo que sustancie las  
posibilidades de concretar acuerdos que redunden en el mejoramiento de la dimensión  
tanto individual como social. Esto supone, el declinar de los intereses personales que  
puestos al servicio de los colectivos permitan la construcción del denominado proyecto del  
vivir bien, cuya orientación fundamental gira en función de maximizar la felicidad, el  
coexistir dignamente y gestionar los requerimientos inherentes al desenvolvimiento de la  
supra-complejidad humana.  
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En estos términos la superposición de la condición humana que nos coloca en un  
plano común, reitera la necesidad de fortalecer la adherencia de quienes se forman a la  
premisa de convivencia “iguales pero diferentes” en la que el énfasis se posicione sobre la  
libertad que garantice el despliegue del potencial propio, el actuar bajo los parámetros de  
la autonomía personal y la convicción de reconocer que solo es posible el desarrollo  
humano pleno a través la interacción con otros, vehículo que permite no solo otorgarle  
orden a los vínculos sociales sino garantizar la organización en el marco del respeto  
recíproco y la tolerancia crítica.  
De este modo, se considera perentoria la praxis de la libertad positiva y el  
establecimiento de límites de actuación, que le permitan al individuo orientar su accionar  
hacia lo que mayor beneficio aporta para todos, imperativo categórico que debe instar a  
una vida libre de imposiciones externas, pero si consciente de su corresponsabilidad con  
la creación de espacios en los que prime la inclusión efectiva, real y receptiva con la  
diversidad, con las pertenencias múltiples y con las cosmovisiones que nos particularizan,  
pero que además, se convierten en rasgos que nos conminan a ver en el otro posibles  
elementos que nos asemejan ampliando de esta manera las posibilidades de encuentro.  
Esto implica según Camps (2000), instar al ciudadano al convencimiento de que “el  
comportamiento ético es un ejercicio d la libertad positiva: se decide ser libre y  
voluntariamente hacer lo correcto, seguir las leyes universalizables que ve la razón de  
cada individuo libre” (p. 59). Esto refiere a mecanismos para consolidar la denominada  
justicia social y la moral universal, como antídotos que hagan del planeta un mundo más  
vivible, más equitativo e inclusivo como ideales que redunden en el trato fraternal.  
Más adelante Camps (2001) propone que los desafíos de un futuro que insta al  
redimensionamiento de la libertad, la paz social y positiva, el reconocimiento pleno,  
incluyente y sostenible demanda apelar a la fuerza de la moral universal que aunado a  
elevar la dignidad humana también “ensamble en su conciencia la convicción en torno al  
resguardo de la autonomía, la solidaridad y la responsabilidad, como valores tangenciales  
que le otorgan sentido al ejercicio pleno de la ciudadanía con apego a los términos propios  
de la globalización” (p. 193).  
Según Sarramona (2007), reconocer el pluralismo ideológico como parte de la vida en  
democracia implica comprometer a la sociedad con la comprensión solidaria y empática de  
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las diversas maneras como se manifiestan las cosmovisiones humanas; lo cual sugiere la  
instalación de una serie de actitudes de respeto como imperativo categórico o normas  
generalizadas, con la finalidad de reforzar la idea de comunidad global, en la que primen  
como principios rectores de la existencia humana tanto el diálogo simétrico como el  
resguardo mutuo de la diversidad ideológica, el respeto por otras opciones y la  
recuperación de la confianza como eje articulador de nuevos vínculos sólidos y  
trascendentales.  
Visto lo anterior, la educación en valores como eje vertebral de la educación en  
ciudadanía global constituye la alternativa idónea para garantizar un futuro adherido al  
compromiso de coexistir en una sociedad plural, en la que aunado a superponer la  
dimensión axiológica también se considere la necesidad de establecer criterios  
compartidos (Markus, 2021; Olmedo, 2018; Sen, 2021) que eviten la imposición, que  
amplíen las posibilidades para el entendimiento en el que el elemento articulador de la  
vida en comunidad suponga el compromiso de todos en torno a los siguientes aspectos  
definitorios de una cohabitación plena: la construcción consensuada de normas, el apego  
actitudinal y comportamental al interés general, la libertad para manifestar las propias  
ideas y el resguardo mutuo de la diversidad personal (Díaz, 2020; Loys, 2019; Rey, 2021;  
Savater, 2021).  
Para Sen (2007), la educación en ciudadanía global tiene como sustento axiológico la  
búsqueda enfática del bien común mediante la promoción de una mirada compartida, en la  
que cada sujeto logre precisar dentro de sus pertenencias posibles categorías que nos  
acerquen, que denoten afiliación, que permita el acercamiento positivo y constructivo a  
partir del cual configurar el compromiso que le dé prioridad al reconocimiento de la  
dimensión humana, de las identidades plurales y las lealtades entre sujetos diferentes,  
como eslabones de un contexto mediado por la convicción de vivir bien, con apego al trato  
tanto justo como paritario que dé cuenta del proceder consciente y racional de un nuevo  
ciudadano formado para coexistir en democracia, en resguardo activo de los pluralismos y  
la libertad de agencia.  
En Tedesco (2014), las posibilidades de coexistencia en condiciones dignificantes  
como cometido subyacente de los valores universales, involucra aspiraciones importantes  
para la cohesión humana efectiva, como el estado de unidad plena que tiene su sustento  
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en el relacionamiento democrático, en el que todos los individuos independientemente de  
su pertenencia desarrollan la capacidad para vivir juntos, brindando protección a las  
minorías y resguardando desde la aceptación consciente la existencia, trascendencia e  
inclusión del otro como un igual, es decir, en condiciones paritarias que le den firmeza a la  
convivencia. En estos términos la educación en ciudadanía global como una posibilidad  
para ampliar las posibilidades de vinculación humana y de unidad en medio de la  
compleja diversidad que permea a cada sujeto, a cada agrupación, en quienes fortalecer  
la idea de democracia y pluralismos como ejes en función de los cuales entretejer  
intercambios que redunden en la edificación de una visión compartida sobre el mundo,  
sobre la convivencia, sobre los elementos comunes que median cada realidad.  
Esta búsqueda de una profunda convergencia que derive en la unificación humana, se  
precisa como una alternativa frente a los inminentes desafíos de un mundo saturado de  
prejuicios y controversias por razones de índole cultural, social e ideológica, razones por  
las que la promoción de valores universales se erige como la fuerza mediadora de nuevos  
vínculos respetuosos que maximicen el encuentro y conduzcan a la humanidad a la  
flexibilidad desde la cual operar para establecer relaciones más amplias que cooperen no  
solo con la reducción de las tensiones asociadas con el convivir con sujetos con  
pertenencias diversas, sino además, con la elevación del compromiso y la  
corresponsabilidad en torno a la construcción del proyecto común de la humanidad: la  
convivencia democrática plenamente inclusiva.  
Conclusiones  
La configuración de las condiciones que propicien la convivencia humana digna en el  
futuro, se ha convertido en el eje medular de los programas educativos que procuran la  
transcendencia de los diversos matices y rasgos que conforman tanto la pluridiversidad  
como la supra-complejidad del género humano. En tal sentido, procurar la construcción de  
una sociedad inclusiva, abierta a la aceptación y sensible a la diversidad inicia con la  
transformación de las mentalidades, con la flexibilización para estimar la valía del otro,  
para precisar dentro del carácter disímil entre agrupaciones humanas los rasgos en torno  
a los cuales establecer acuerdos comunes de coexistencia que le otorguen mayor  
funcionalidad a los vínculos sociales.  
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También, es posible asumir a la educación en ciudadanía global como un modo de  
instar a la responsabilidad compartida en razón de lograr la edificación de condiciones  
armónicas y pacíficas, en las que el proceder democrático y en la vida cotidiana se erija  
como el estandarte de una coexistencia dignificante, en la que la manifestación de las  
pertenencias, identidades y pluralismos alcancen el diálogo necesario para consolidar el  
entendimiento mutuo; esto supone el equipamiento actitudinal y comportamental ceñido a  
valores universales, a principios de justicia social inclusiva a través de los cuales lograr la  
consolidación del denominado comunitarismo, ideal que refiere a la oportunidad de habitar  
en un mismo contexto asumiendo las particularidades del otro desde el reconocimiento  
recíproco.  
En estos términos, la convivencia humana en el futuro como aspiración generalizada  
de los programas educativos, busca reducir las barreras socio-históricas, culturales e  
ideológicas, con la finalidad de redimensionar el trato fraterno, en el que el sentimiento de  
la solidaridad y la tolerancia activa se afloren como preceptos mediadores de un nuevo  
relacionamiento funcional que permita la actuación de todos dentro de la esfera pública y  
social sin restricción alguna; es decir, en la que todos los sujetos conscientes de los  
derechos que le asisten en tanto seres humanos, amplíen su disposición para acoger al  
otro, proceso que exige la transformación significativa de los modos de pensar hasta lograr  
no solo aceptar sino comprender mejor las singularidades, el sentido de lo único, los  
particularismos que permean a todas las agrupaciones humanas.  
Desde esta perspectiva, coexistir en condiciones oportunas requiere esfuerzos  
sinérgicos y morales de los diversos actores sociales, a quienes constituir en responsables  
de promover una nueva cultura mediada por la valoración crítica, como el eslabón desde  
el que es posible la recuperación del tejido social, la edificación de los cimientos de una  
vida cotidiana inclusiva de otros modos de existencia; estos cometidos como parte de la  
educación en ciudadanía global sugiere replantear los modos de relacionamiento humano  
con apego a la idea de interconexión mundial, a la que se entiende como factor  
cohesionador que trasciende toda posibilidad de resistencia que superponga a un grupo  
sobre otro en lo que ha discriminación refiere.  
Lo planteado supone una invitación generalizada que insta a la humanidad a asumir la  
gestión de las diferencias en lo que a diversidad de cosmovisiones y posiciones  
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Volumen 6 – Número 10 – Enero/Junio 2024 - ISSN 2711-0494  
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ideológicas refiere, asumiendo el trato del otro en el marco del respeto activo y el trato  
racional justo, valores universales que dan lugar a superación de los prejuicios xenófobos  
y racistas que han combustionado el distanciamiento destructivo entre sujetos con  
pertenencias disímiles; frente a este complejo desafío renunciar al egocentrismo, los  
individualismos y fundamentalismos que conducen a posiciones extremase intransigentes,  
surge la necesidad de reiterar el compromiso cívico y humano en torno al resguardo de la  
dignidad humana por encima de cualquier postura colectiva, en un intento por reivindicar la  
existencia en condiciones de libertad, equidad, justicia y solidaridad.  
En razón de lo expuesto, la educación en ciudadanía global debe estimarse en  
sentido amplio como el proceso que procura un cambio significativo en las actitudes  
humanas, en las formas de relacionamiento entre individuos y agrupaciones  
socioculturalmente disímiles, a las cuales colocar en el plano del diálogo abierto positivo  
que superpone el reconocimiento de la igualdad como un modo de estrechar lazos en  
torno al propósito común de garantizar el resguardo de la dignidad humana, como valor  
que aunado a considerarse patrimonio social también debe entenderse como ideal garante  
del ejercicio pleno de la ciudadanía. Implícitamente esto debe integrarse a la vocación  
ciudadana como un requerimiento para la configuración de la coexistencia democrática, en  
la que todos los sujetos conscientes de su valía y de la valía del otro, asuman el  
compromiso sinérgico de desplegar esfuerzos que redimensionen el desenvolvimiento de  
la supra-complejidad humana.  
En tiempos de profunda conflictividad en todas los contextos de la vida social, formar  
bajo los parámetros de la educación en ciudadanía global supone fortalecer la conciencia  
cívica y el sentido de comunidad, que unido a la adopción de valores universales le  
permitan al individuo ajustar su repertorio actitudinal para participar de la edificación de  
una sociedad en la que alcancen a coexistir y dialogar las diferencias hasta concretar la  
disposición plena hacia la inserción en el denominado universo globalizado, en el que los  
hilos que entretejen la supervivencia respondan a los ideales de justicia de justicia social,  
fraternidad e igualdad.  
En tal sentido, promover la consolidación de la dimensión axiológica de la educación  
en ciudadanía global procura el afloramiento de virtudes humanas que conduzcan a la  
rectificación y reivindicación del curso nocivo seguido por la sociedad, lo cual supone la  
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vuelta a la praxis de una vida sustentada en el acuerdo, en el consenso respetuoso de las  
cosmovisiones y divergencias, con la finalidad de lograr la denominado sentimiento de  
justicia que amplíe las posibilidades de coexistir; en estos términos, el alcance de una vida  
mediada por la justicia demanda también el uso de la razón, como el modo de alcanzar la  
sensibilidad apropiada que favorezca la consolidación de relaciones sostenibles que  
hagan posible la configuración de una sociedad más factible y viable.  
En síntesis, la educación en ciudadanía global como proceso esperanzador para la  
supervivencia humana procura promover comportamientos socialmente apropiados y  
reglas de conducta que aporten al trato sensible capaz de acoger plenamente al otro,  
validando sus particularidades como parte de los requerimientos de los que depende la  
edificación de espacios funcionales, en los que la operativización de valores universalistas  
cohesionen voluntades, actitudes y posiciones en ocasiones disímiles o contrapuestas;  
esto refiere al establecimiento de acuerdos comunes que redimensionen el entendimiento  
racional y el proceder sentipensante que conduzca a la concreción de la transformación  
personal y social que dignifique la existencia humana.  
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Conflicto de interés  
El autor de este manuscrito declara no tener ningún conflicto de interés.  
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