Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 4 Número 7  
Depósito Legal ZU2019000058 - ISSN 2711-0494  
Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 4 - Número 7  
Julio Diciembre 2022  
Maracaibo Venezuela  
Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 4 Número 7 - ISSN 2711-0494  
R. G. Portillo Ríos // La pandemia de COVID - 19, ¿Nueva realidad, viejas reglas?, 50-63  
La pandemia de COVID - 19, ¿Nueva realidad, viejas reglas?  
Rixio Gerardo Portillo Ríos*  
RESUMEN  
La pandemia de COVID 19 ha trastocado todos los ámbitos de la vida social, y las formas  
de interacciones y relaciones sociales han tenido que plantearse desde la perspectiva de  
una nueva realidad. Por ello, el siguiente estudio pretende abordar la necesidad de la ética  
social como fundamento del desarrollo humano en el futuro de la post pandemia, a partir del  
aporte documental de las Ciencias Humanas y Sociales. La ética social puede facilitar la  
convivencia humana desde valores comunes, que emergen del bien y la responsabilidad  
compartida en el devenir histórico, de las generaciones que han sido marcadas por la  
vivencia y experiencia de una enfermedad global, y que necesariamente debe dejar  
lecciones para una realidad diferente. El estudio utiliza referencias bibliográficas de  
relevantes pensadores contemporáneos y el enriquecido patrimonio de la Doctrina Social  
de la Iglesia, así como las enseñanzas recientes del Papa Francisco, para dar respuesta a  
la interrogante sobre la nueva época tras la pandemia.  
PALABRAS CLAVE: Pandemia; Ética; doctrina religiosa; Iglesia.  
*Profesor asociado. Escuela de Humanidades y Educación. Departamento de Cine y  
Comunicación, Universidad de Monterrey, México. ORCID: https://orcid.org/0000-0003-  
Recibido: 22/04/2022  
Aceptado: 09/06/2022  
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The COVID - 19 pandemic, New reality, old rules?  
ABSTRACT  
The COVID 19 pandemic has disrupted all areas of social life, and the forms of social  
interactions and relationships have had to be approached from the perspective of a new  
reality. Therefore, the following study aims to address the need for social ethics as a  
foundation for human development in the post-pandemic future, based on the documentary  
contribution of the Human and Social Sciences. Social ethics can facilitate human  
coexistence from common values, which emerge from the good and shared responsibility in  
the historical evolution of generations that have been marked by the experience of a global  
disease, which must necessarily leave lessons for a different reality. The study uses  
bibliographical references of relevant contemporary thinkers and the rich heritage of the  
Social Doctrine of the Church, as well as the recent teachings of Pope Francis, to answer  
the question about the new era after the pandemic.  
KEY WORDS: Pandemics; Ethics; doctrine religieuse; Church  
Introducción  
El novelista francés, Albert Camus, en su obra La peste, describe cómo un pueblo  
reacciona desde diferentes ángulos a la vulnerabilidad de una enfermedad, que tiene  
implicaciones no solo personales sino colectivas. El autor, en su relato, señala que la peste  
no era para los personajes solo un visitante desagradable que tenia que irse, sino que  
́
además, esta aparece como la forma misma de la vida, pues la pandemia había moldeado  
los hábitos y costumbres de esa nueva realidad (Camus, 2002).  
No muy lejos de esa escena figurada, la COVID - 19 ha trastocado todos los aspectos  
de la vida social. Una investigación realizada por (González et al, 2020) y un equipo de  
estudiosos, señala que la magnitud del impacto de esta pandemia sobre la comunidad  
mundial generó múltiples preocupaciones en relación a sus causas y consecuencias, así  
mismo sobre cómo enfrentar los impactos negativos en todos los ámbitos de la sociedad en  
los que se ha sentido su incidencia: la política, la economía, el comercio, la educación, el  
turismo, entre otros. Por ello, en el texto se denomina al fenómeno del COVID -19 como  
contingencia global, lo cual está siendo un complemento más a lo que han denominado  
algunos círculos sociales como un cambio de época, que requiere de nuevas maneras de  
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relacionarse, en un contexto en el que deben surgir modos de convivir en el ejercicio social  
y empresarial, enfocados en el bien.  
En el ámbito social, durante los primeros días del mes de marzo del año 2020, Italia,  
siendo uno de los diez países en el mundo con el mayor porcentaje de recaudación en el  
Producto Interno Bruto (Sisti,2019), decretó un lockdown absoluto que apartó, en  
cuarentena, a 16 millones de ciudadanos (Pacho, 2020). La medida del lockdown tuvo  
diferentes réplicas a lo largo de la comunidad internacional con matices diversos. Sin  
embargo, nadie pudo escapar del confinamiento que, con menor o mayor flexibilidad,  
impuso nuevas formas de convivencia social.  
En el plano económico, la investigación de González et al (2020:48) menciona que  
el “resultado más visible de la crisis del COVID 19, en el escenario financiero, fue el efecto  
en el mercado de valores mundial. Los mercados bursátiles perdieron 6 billones de dólares  
en seis días, del 23 al 28 de febrero, según los índices S&P Dow Jones”.  
La crisis globalizada tocó la fibra económica del sector turístico y aeronáutico de los  
países; la celebración de eventos deportivos, la prohibición de reuniones masivas de  
carácter cultural y artístico, la caída de los precios del petróleo y los derivados mercados  
energéticos como el carbón y el gas. De igual modo, González et al (2020) señalan la  
reducción de la cadena mundial de suministros para bienes importados, que llevó a  
procesos  
inflacionarios  
en  
productos  
de  
la  
canasta  
básica.  
En este sentido, sí economías medianamente robustas, como la italiana, tambalean con la  
aparición de la pandemia, en Latinoamérica las condiciones han sido exponencialmente  
más complicadas, pues las pocas medidas gubernamentales en el plano económico han  
conducido a una semi paralización de los mercados y al colapso parcial de los sistemas de  
salud.  
En consecuencia, es posible afirmar con certeza que debido a la pandemia de la  
COVID 19, la humanidad misma se encuentra ante una nueva realidad, que será decisiva  
para enfrentar la vida, en el futuro inmediato de todos los pueblos y naciones.  
Por su parte, Maber (2019) en su invitación a re pensar el pensamiento propone que  
toda interpretación de la realidad no nace de forma unilateral; la información propia no es  
suficiente para establecer los límites en función de la alteridad. En otras palabras, repensar  
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e interpretar no únicamente desde la minúscula y parcial información que pueda tenerse  
sobre un hecho, sino atreverse a mirar la realidad, desde una manera más profunda.  
A su vez, el prominente teólogo Angelo Scola, en un texto sobre la relación entre  
laicidad y sociedad, menciona “la necesidad de repensar radicalmente, en el contexto de la  
sociedad plural, las formas culturales, sociales, éticas de costumbre, jurídicas y económicas  
con vistas a una convivencia pacífica, entre sujetos diferentes” (Scola, 2012: 15). La COVID  
19 necesariamente ha llevado al pensamiento y reflexión de esa nueva realidad y sobre  
cómo responder, ya no con los mismos criterios, las situaciones complejas de la  
cotidianidad.  
El cardenal Peter Turkson, en un comentario introductorio al libro que recoge las  
catequesis del Papa Francisco sobre la pandemia, señala que la COVID-19 mueve a  
proponer “alternativas inspiradoras a los antiguos estilos de vida, hábitos y estructuras  
sociales que se han revelado como carentes de justicia, insostenibles y requiriendo de  
reformas drásticas para preservar el valor central de la persona humana” (en: Francisco,  
2020a: 5).  
Turkzon coincide en que la “actual experiencia que la familia humana enfrenta con la  
pandemia no es simplemente local, nacional o regional. Es una pandemia global que pone  
al descubierto la fragilidad de la existencia humana y, de esta manera, evoca el sentido de  
interdependencia e interrelación”, por lo que se hace necesario repensar, o discernir el  
camino de la sanación para recuperarse de esta pandemia, no desde la isla solitaria de la  
individualidad, ni como heroicos personajes de ficción, como el ‘llanero solitario’, sino desde  
la alteridad (en: Francisco, 2020a: 7).  
Como realidad fronteriza, al inicio del siglo XXI, la profesora Piedad Bullón, en el  
campo de la comunicación y el periodismo digital, planteó la hipótesis de “¿nuevos medios,  
viejas reglas?”, ante los desafíos que imponía el crecimiento tecnológico en el ámbito de la  
relacionalidad social (García - Alonso, 2000).  
Por ello, en un nuevo escenario, también es posible plantearse si esa nueva realidad,  
tras la COVID 19, impone una nueva ética social, a través de una forma similar en el  
cuestionamiento planteado por Bullón: ¿La nueva normalidad de la pandemia exige una  
nueva ética social?, ¿Nueva realidad, viejas reglas?  
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1. Aspectos de método en el estudio  
El análisis de la ética social a partir de la pandemia de la COVID 19 es abordado a  
través de un estudio documental, el cual es definido como la actividad de investigación  
interpretativa que permite la captación plena del sentido de los textos en los diferentes  
contextos. Para ello, la crítica constituye un “elemento privilegiado del método en el análisis  
comparativo. (...) pues toda comprensión es siempre una interpretación, donde encontramos  
la idea del reenvío circular entre las partes y el todo de los textos estudiados” (Arraez et al,  
2006: 175).  
Un estudio sobre la ética social, en la que se conjugan aproximaciones teóricas que  
emergen de la Doctrina Social de la Iglesia, facilita las formas “de interpretación  
fundamentales para propiciar espacios de diálogo” (Arraez et al, 2006: 178), elemento  
necesario para la construcción del hecho social, desde los diferentes aportes conceptuales  
de los autores investigados y analizados.  
2. Ética en el tejido social  
Gustavo Ortiz, filósofo mexicano, en un extenso análisis epistemológico describe los  
diferentes usos de la ética a lo largo de la historia y las diversas perspectivas que la han  
unido a la discusión en el uso del lenguaje con lo moral. En su texto concluye que la palabra  
ética, a partir de sus dos raíces etimológicas, quiere decir: “carácter”, “morada” o  
“costumbre”. Por lo que la disciplina que se proponga un estudio sobre las costumbres  
humanas tiene como primera referencia lo ético y lo moral (Ortiz, 2006).  
Tokarski (2014) a su vez, en un manual de estudio sobre la ética para la enseñanza,  
señala que el abordaje ético parte de una reflexión crítica sobre lo moral, a través de códices  
o reglas de comportamientos vigentes para la sociedad; en sí, la ética establece los  
principios de porqué algo está bien o está mal.  
La ética entonces permea modos de comportamiento y establece mecanismos de  
acción que interrelacionan a la persona con su entorno inmediato, y sobre todo en su  
relación con los otros, en el hecho social. El sentido de lo relacional será fundamental para  
la comprensión de la ética como límite para el comportamiento humano, pero que desde la  
Antropología cristiana asumirá una nueva dimensión. Donati (2021:10-14) lo señala cuando  
vincula lo social y lo humano en lo relacional, por eso menciona: “las relaciones son formas  
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específicas de interacción entre personas”, por lo que “el sentido de cada relación es un  
significado socialmente compartido que los agentes conocen y asumen como tal”.  
Sobre la relación en el hecho social, “toda persona nace y vive en relación; y todo  
conjunto comunitario debe servir para la realización plena de la persona”, en el sentido  
propio de la definición de bien común (Scola, 2012: 51). Desde esta perspectiva es posible  
aproximarse a la dimensión ética, desde lo social y más a partir de lo desarrollado como  
aporte histórico de la Doctrina Social de la Iglesia.  
Por su parte, Ortega (2016) en su investigación doctoral, menciona que la reflexión  
que ofrece la Iglesia nace de una Antropología y ética solidaria e integral, con la interrelación  
(religacion) con los otros, con la realidad humana y social, histórica y trascendente.  
́
3. Enseñanza social de la Iglesia y aproximación a la ética  
En 1891, el Papa León XIII con la publicación de su encíclica Rerum Novarum, abría  
por parte de la Iglesia, la posibilidad de una nueva disciplina de estudio en lo social. El  
documento sobre el trabajo fue génesis de discusiones posteriores, e incluso, en el  
reconocimiento jurídico de muchas de las condiciones que señala el papa Pecci con su  
encíclica social.  
Es significativo el comentario introductorio que realiza (Baggio 2005:18)  
sobre el momento histórico y coyuntural en el que emerge el primer documento social.  
Según éste, “la novedad no es solo el nacimiento de la doctrina, sino el inicio de una nueva  
época para la aplicación de la doctrina  
a
las nuevas situaciones”.  
La discusión sobre la disciplina misma de la doctrina social de la Iglesia ha traído el debate  
sobre su nomenclatura; profundización que se ha dado sobre el uso de tres términos:  
doctrina, pensamiento y ética, con la debida advertencia que al hacer referencia a uno de  
esos tres conceptos no se incluye la denominación ideológica, que por naturaleza es auto  
excluyente.  
Baggio (2005) menciona que la doctrina social de la Iglesia describe un horizonte  
ideal que no puede relacionarse con una forma de humanismo parcial, como lo proponen  
las ideologías, porque se basa en una Antropología que considera al hombre en la plenitud  
de su realidad.  
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El autor ofrece razones justificadas de por qué el cuerpo articulado del magisterio  
social puede y debe ser denominado doctrina, y a su vez, enriquecido con la nominación de  
ética. Advierte que “abandonar la doctrina para limitarla a una ética, oscurece el hecho de  
la ética y la doctrina” como disciplina. La “doctrina tiene su origen en la fuente de toda verdad  
para la Iglesia, y la verdad revelada de Cristo, la cual no puede reducirse”; de esta fuente  
surge el enfrentar “la historia también con una ética que no puede ser sustituida por la  
doctrina”, pues está ligada directamente a la fe, a la cual todos los hombres están llamados,  
incluso los no creyentes, y así tener un carácter universal (Baggio, 2005:40). El catedrático  
determina que es “justo que el magisterio social proponga principios válidos para todos y  
expresados con el lenguaje de la ética para creyentes y no creyentes, como origen  
fundamental de la doctrina” (Baggio, 2005:40).  
El estudio de la ética social cristiana, como lo ha mencionado Baggio, surge como  
complemento de la práctica de la Doctrina de la Iglesia, por lo que su pertinencia con la  
COVID 19 es fundamental, ante la pregunta inicial de nueva realidad y viejas reglas.  
4. Aproximación conceptual a la ética social  
Tokarski define a la ética social, más allá de la esfera personal, pues no se trata del  
actuar personal sino de la convivencia social. “La ética social reflexiona sobre los temas de  
convivencia social, estructuras e instituciones, grupos sociales y sus relaciones, política y  
poder, economía y cultura” (Tokarski. 2014: 08). Es decir, que en el ejercicio de la  
relacionalidad que afirmaba Donati (2021) es posible el establecimiento de la ética social  
como conjunto de principios y normas que regulan la vida social, a partir del comportamiento  
personal que se relaciona con el otro.  
En este sentido, el Papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate, menciona  
el ejercicio de lo relacional en la persona desde la dimensión del don: “El ser humano está  
hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente” (Benedicto  
XVI, 2009: 21). En el ejercicio de las relaciones sociales, la ética social compone la  
posibilidad del encuentro en la alteridad, desde el don, con la posibilidad de ofrecer al otro  
aquello más valioso que se tiene, la vida misma en toda la dignidad que emerge en el ser  
hijos de Dios.  
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El don por excelencia, según san Pablo, es el amor, la caridad en la vivencia del  
amor como ágape comunitario; por lo que el Papa Ratzinger con su perspectiva  
antropológica de la persona como don, abre en el ejercicio de las relaciones la posibilidad  
del amor, en lo que el Papa Francisco ha denominado, amistad social.  
El origen de esta dimensión del don, como amor, es Dios mismo: “al ser un don  
absolutamente gratuito de Dios, irrumpe en nuestra vida como algo que nos es debido, que  
trasciende toda ley de justicia. Por su naturaleza, el don supera el mérito, su norma es  
sobreabundar”, dice Benedicto XVI (2006: 22), por lo que la ética social cristiana debe llevar  
necesariamente a lo relacional en una sociedad más justa, fraterna y solidaria, que nace y  
sobre abunda en amor.  
El amor, entendido en su dimensión ágape, que es la misma utilizada por san Juan  
en su definición sobre Dios (Cf. 1Jn 4,8), el cual es el fundamento de la amistad social y un  
valor de la vida social, según el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia; por lo que el  
Papa Francisco señala la necesidad de aceptar “que hay valores permanentes, aunque no  
siempre sea fácil reconocerlos, que otorgan solidez y estabilidad a una ética social”  
(Francisco, 2020b: 56). Más claramente lo evidencia cuando profundiza sobre la vivencia  
del amor en el reconocimiento antropológico de la alteridad, en las distinciones y diferencias  
genuinas: “El amor al otro por ser quien es, nos mueve a buscar lo mejor para su vida. Sólo  
en el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posible la amistad social que no  
excluye a nadie, pues la fraternidad está abierta a todos” (Francisco, 2020b: 25).  
5. Un enfoque a la ética para una nueva realidad  
Para dar respuesta entonces al planteamiento inicial, es posible profundizar sobre  
otra dimensión de la ética social, a partir de lo que se mencionó como distinción y diferencia,  
en la alteridad.  
La ética no es solo un conjunto de principios abstractos e irrealizables que brotan de  
la individualidad. Scola indica que “la experiencia moral no nace de la confrontación solitaria  
de un individuo con un código de normas, sino dentro de tradiciones éticas compartidas y  
en relación con quienes son sus representantes ejemplares”, o referentes (Scola, 2012: 38).  
Edgar Morin, sociólogo francés, en sus Siete saberes necesarios para la educación  
del futuro, configura una respuesta aproximada, que puede ser útil para el desafío que exige  
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la pandemia de la COVID 19, y la dimensión antropológica de lo relacional que menciona  
Donati (2021), y los papas Benedicto XVI y Francisco, respectivamente.  
El autor en cuestión inicia definiendo a lo global como la relación entre el todo y las partes,  
afirmando que lo global evoca a juntar lo que contiene diferentes partes diversas, ligadas  
en un modo interactivo y organizacional, a partir de la interdependencia que emerge del  
mismo proceso. Por ello afirma que “es imposible conocer las partes sin conocer el todo (y  
viceversa). Es decir, todo ser viviente tiene la presencia del todo en lo interno de las partes,  
cada célula individual, o individuo contiene en modo ‘hologramático’ el todo de quien hace  
parte” (Morin, 2000: 13). Desde esta perspectiva, señala que lo humano de lo humano nace  
de esta interdependencia global, tanto en lo natural como en lo social: “lo humano es un ser  
plenamente biológico y plenamente cultural, que lleva en sí esta ‘unidualidad’ originaria”  
(Morin, 2000: 20).  
Sin embargo, la persona no puede ser abstraída de lo social. Como ya fue  
mencionado en otro texto, “es imposible abstraernos de lo social: todos formamos parte del  
hecho social bajo distintos niveles y responsabilidades; todos aportamos algo en cuestión  
social” (Portillo, 2021: 112).  
Regresando a Morin (2000), el autor dice que, a nivel antropológico, la sociedad vive  
para el individuo, y éste vive para la sociedad; la sociedad y el individuo viven para la especie  
humana, es decir, individuo y sociedad. Todo desarrollo verdaderamente humano significa  
desarrollo conjunto de la autonomía individual y de la participación comunitaria y la  
pertenencia a la especie humana. Como término de su comentario, el autor señala que la  
misión antropológica del milenio será trabajar en la humanización de la humanidad,  
obedeciendo a la norma de la unidad en la diversidad planetaria. Respetarse unos a los  
otros en las diferencias individuales e identidades particulares; desarrollar la ética de la  
solidaridad y de la comprensión en una perspectiva ‘antropoética’ de la conciencia individual.  
Resulta importante asumir la ética de la solidaridad y de la comprensión, ya que la  
solidaridad es parte del culmen del camino que propone el pensamiento social de la Iglesia,  
como principio social. La solidaridad está relacionada a la sociabilidad de la persona, según  
el texto doctrinal (Compendio de la Doctrina Social, 2011); esta es el ámbito en el que todos  
los hombres en igualdad de dignidad y derechos, son insertados en el hecho social como  
camino común hacia una unidad social y pacífica. Nunca como hoy ha existido una  
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conciencia tan difundida del vínculo de interdependencia entre los hombres y entre los  
pueblos, que se manifiesta a todos los niveles: lo que Morin señala como parte de la  
globalización en la ‘unidualidad’.  
La solidaridad forma el conjunto de vínculos que unen a los hombres y mujeres en  
grupos sociales entre sí, es decir, que es connatural a la Antropología del don; de igual  
manera es el “espacio ofrecido a la libertad humana para ocuparse del crecimiento común,  
compartido por todos”, en la interdependencia desde y para el bien común (Compendio de  
la Doctrina Social, 2011: 124).  
Otra dimensión de la solidaridad es la del compromiso en la aportación positiva que  
nunca debe faltar a la causa común, en la búsqueda de los puntos de posible entendimiento,  
incluso allí donde prevalece una lógica de separación y fragmentación, en la disposición  
para gastarse por el bien del otro, superando cualquier forma de individualismo y  
particularismo (Compendio de la Doctrina Social, 2011).  
Esta idea fue retomada por el Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti, en la  
vivencia de la dimensión de la amistad social: “El amor nos pone finalmente en tensión hacia  
la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia  
dinámica, el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en  
una aventura nunca acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de  
pertenencia mutua” (Francisco, 2020b: 25).  
Enrique Cambón, teólogo argentino y autor del libro Trinidad, modelo social,  
menciona algunas características de la solidaridad como principio social, que pueden  
resultar como consecuencia de la vivencia de la dimensión del término como virtud.  
Con la solidaridad “podrá evitarse la sed de poder y de poseer a cualquier precio, y se  
lograrán superar las estructuras derivadas de esta actitud”, erradicando cualquier acción  
opresiva que instrumentalice al otro para el propio beneficio (Cambón, 2000: 56).Desde la  
ética de la solidaridad el poder se traduce en servicio y la autoridad deviene responsabilidad  
compartida para el desarrollo humano de todos los miembros de la sociedad, pues nadie  
está excluido en la tarea permanente del crecimiento humano: “El ejercicio de la solidaridad  
es factible solo cuando quienes componen la sociedad se reconocen como personas”;  
desde el encuentro de estas cualidades humanas es que podrá hacerse un mundo sin  
reduccionismos ideológicos (Cambón, 2000: 56).  
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La ética de la solidaridad necesita del humanismo para asir cualquier acción que  
comprenda el desarrollo. El término persona humana debe asumirse no en sentido  
abstracto, sino desde la racionalidad, la reciprocidad, y la complementariedad, en la vida  
social: “Ser responsable de los más débiles, dispuestos a compartir con ellos (...) no desde  
una actitud pasiva destructiva, sino reivindicando en sus justos derechos”, en un ejercicio  
compartido de responsabilidad en el hecho social desde y para el bien común (Cambón,  
2000: 57).  
La solidad desemboca como un río en el vulnerable que necesita ser reconocido  
como humano, como persona, y que sea reivindicado su protagonismo como sujeto para el  
cambio social, desde el poder como servicio; en una lógica de relación entre gobiernos y  
gobernados de manera distinta, o en una relación no materialista ni reductiva de la persona  
por cuánto produce.  
El génesis de estos planteamientos surgen de la naturaleza de los principios sociales,  
con los que el magisterio social de la Iglesia ha querido proponer un camino de reflexión  
conjunta, abierto a todos; por ello, menciona la posibilidad de recomponer una ética pública  
centrada en la solidaridad, la colaboración concreta y el diálogo fraterno. Scola (2012)  
también lo señala cuando afirma que la experiencia moral radica en la relación originaria  
con el bien, cuando está orientada a la madurez de la perfección humana, que incluye la  
madurez y al mismo tiempo trasciende en la plenitud antropológica del amor.  
El Papa Francisco en Fratelli Tutti describe como es necesaria esta dimensión de la  
ética desde la solidaridad como fundamento; incluso, para la paz y la vida ordenada de los  
pueblos, y como garantía de convivencia desde y para la amistad social: “La paz real y  
duradera sólo es posible desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de  
un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia  
humana” (Francisco, 2020b: 34); en concordancia directa con lo propuesto por Morin, en la  
comprensión social desde la unidualidad, la interdependencia y la solidaridad, necesaria y  
obligante ante la pandemia de la COVID-19.  
Castrillón y Vargas han desarrollado la idea de la ética en el escenario post  
pandemia, a partir de la dimensión de la hospitalidad como parte de la cultura del cuidado y  
la custodia que emergen de la solidaridad; por ello, en su texto señalan que las decisiones  
sociales tras la COVID no responderán solo con un accionar político, sino que serán desde  
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la oportunidad de un crecimiento común. En este sentido afirman: “Se trata de una opción  
ética y política no basada en un vínculo privado, sino en una apertura existencial a un  
compromiso con el otro y su condición de vida” (Castrillón y Vargas, 2021:110).  
No obstante, la solidaridad también permite el accionar de otros principios sociales;  
desde la opción ético - política será posible “cultivar una relación con el otro (...) y al mismo  
tiempo, su más plena participación” en responsabilidad con y para los demás (Castrillón y  
Vargas, 2021:110). Por tanto, es posible precisar que, desde la ética de la solidaridad, será  
factible la construcción de un mundo nuevo tras la pandemia, en una nueva realidad que no  
impone límites éticos, sino que abre la posibilidad de profundizar en la dimensión de la  
relacionalidad y la interdependencia.  
Conclusiones  
El camino de un paradigma ético social para la vida tras el confinamiento no es tarea  
fácil, debe ir acompañado de la voluntad particular y singular de las personas; pero sobre  
todo del empeño de reconocer que la solidaridad como principio y virtud no se impone, se  
cultiva, se ejercita y se pone en práctica.  
Por ello, ningún cambio de paradigma o de criterios cognoscitivos, sobre todo a nivel  
ético y religioso, resulta fácil; y normalmente necesita tiempo para ser asimilado e integrarse  
al propio modo de vivir y de pensar (Cambón, 2016). Por lo que es necesaria la siembra de  
futuro desde la actualidad, sin esperar que los procesos sociales detenidos en el histórico  
marzo del año 2020, vuelvan a su cauce natural; es decir, no esperar el mañana mejor, sino  
a partir de la construcción de un hoy realmente diferente que sea más inclusivo, humano y  
sobre todo solidario.  
Esta edificación no podrá sustentarse en principios abstractos sino en el ejercicio de  
las prácticas cotidianas, que empeñadas en el bien común, resulten incluyentes, no desde  
la absolutización ideológica, o el particularismo estéril, sino desde la reciprocidad y la  
relacionalidad de las diferencias, en protección de los débiles y vulnerables. La naturaleza  
auténtica de la moral parte de la experiencia elemental del bien, experiencia compartida  
entre todos los hombres, germen y semilla de la impronta de Dios en el hombre, creado a  
su imagen y semejanza (Cfr. Gn 1, 26) (Scola, 2012).  
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R. G. Portillo Ríos // La pandemia de COVID - 19, ¿Nueva realidad, viejas reglas?, 50-63  
Cambón (2000) en las conclusiones de su texto sobre el modelo social, define que  
“son siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres y con los  
hombres para realizar la justicia social en el mundo”, por lo que la responsabilidad está  
necesariamente en las manos no solo de los que toman las decisiones macros, sino en los  
que con su servicio hacia y para los demás, pueden hacer un mundo diferente al que  
encontró la pandemia de la COVID - 19.  
En efecto, es una nueva realidad, con nuevas reglas de convivencia como el  
distanciamiento físico; pero dichas condiciones no son contrarias a un ejercicio en el bien y  
la solidaridad, para el auténtico desarrollo humano, que todos los pueblos y sociedades  
necesitan. El reto sigue siendo el vivir, no desde la referencia de sobrevivir, sino de convivir  
juntos, en el ejercicio de la ética de la solidaridad para la construcción de sociedades  
auténticamente humanas y humanizadoras.  
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